Echaremos de menos…

Postal Lab Revolución

Cambiar a otro espacio es algo que queríamos y necesitábamos, pero lo cierto es que estar a pie de calle durante cuatro años, da para un anecdotario importante. Sobre todo si el local ha sido durante media vida un símbolo y emblema de la ciudadanía.

De entre las cosas que echaremos de menos, destaca sin duda el…«¿No es aquí la tienda del Sporting?».

Y ante nuestro:»No, ahora está en la C/ San Bernardo», casi siempre venía un «Gracias», acompañado de una excelente oportunidad de negocio: «Y entonces, ¿aquí qué hacéis?«. Y eso era fantástico porque nos permitía poner en práctica mil y una formas de plantear nuestro propio Elevator Pitch y adaptarlo al guiri, a la señora que busca un regalo para su sobrino, al abuelo que quiere agasajar a los nietos con la última equipación del club… Y no sabemos muy bien cómo, pero todas las personas que preguntaban, sin excepción, se despedían con un: «Pues oye, esto que hacéis, hace mucha falta». Y en algún caso (más de uno y más de dos) la curiosidad satisfecha se materializó en cliente satisfecho.

Calle San Antonio

Echaremos de menos el nombre de la calle: porque San Antonio, según reza la onomástica, es el patrón de las causas perdidas, y si algo sabemos hacer en Lab Revolución, es ayudar a personas y organizaciones a encontrarse, acompañarles a su destino. Eso sí, nos encanta el nombre de nuestra nueva calle (Instituto) porque evoca aprendizaje, energía y sobre todo revolución adolescente, cierto grado de insconsciencia y frescura, vitales para el impulso y desarrollo de cualquier proyecto.

Echaremos de menos (bueno, igual no), al avisador de entrada de clientes, cariñosamente bautizado como timbre infernal, que de pronto sonaba sin que hubiera nadie o no detectaba a las personas que entraban, con el consiguiente susto por parte de servidoras y la siembra de duda terrible en la mente del/la visitante: «¿Seré un fantasma y por eso no me detecta el avisador?».

Echaremos de menos muchas cosas, pero no perderemos ninguna de ellas, porque las hemos vivido y por eso mismo, nos las llevamos puestas.